martes, 24 de septiembre de 2019

CONOCERSE A UNO MISMO


    -¿Hasta qué punto crees que te conoces a ti mismo? -Le preguntó Sofía a su marido. 

   A esta pregunta el viejo profesor contestó con dos nuevas preguntas: 

  *¿Quién es ese al que llamas "ti mismo"?

  *¿Quién es ese que conoce o que puede conocer a quien tu llamas "ti mismo"?

  -¡Qué complicado eres! Se nota que eres filósofo. -Dijo Sofía. 

  -Te lo explicaré más sencillamente. A quien tu llamas "ti mismo" y a quien yo llamo "mi mismo", es mi ego. Quien conoce o puede conocer a mi ego es mi mente. Pero todos tenemos una conciencia, y para ella lo que existe son partes que forman el Todo, partes que son manifestaciones del ritmo del Tao, por lo tanto, en realidad lo que existe es el Todo, el Tao, y una conciencia que se siente fundida con ese Todo, con el Tao. -Argumentó el viejo profesor.

 -Entonces, ¿conocerse a uno mismo es una ilusión? -Preguntó Sofía. 

 -Sí, una ilusión del ego y de la mente. Sólo para ellos existe el "ti mismo" y el "yo mismo", para la conciencia lo que existe es la Unidad de las partes formando parte del Todo, del Tao. Si te identificas con el ego y con la mente eres un ser individual diferente de lo que te rodea y separado de ello, pero para la conciencia lo individual está fundido con todo lo que le rodea, y al fundirse dejan de existir el ego y la mente. Esto es lo que perciben los místicos en sus experiencias, esto es lo que nos enseñan los grandes sabios de Oriente. -Contestó el viejo profesor.

  -Pero has recurrido a tu mente para explicar esto. -Dijo Sofía.

  -La conciencia es como un horno donde se cuece el pan de la sabiduría. La mente es la puerta por la que entra la masa cruda del pan en el horno, y la mente es también la puerta por la que sale el pan cocido. Espero que este ejemplo te haya servido, porque a mi mente este es el ejemplo más sencillo que se le ocurre. Dejemos las palabras y permitamos a nuestra mente que, mediante la serenidad de nuestro silencio, escuche a nuestra conciencia, dejemos que nuestra conciencia cueza el pan de la sabiduría y le muestre a nuestra mente el ritmo del Tao. -Concluyó el viejo profesor. 

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