sábado, 17 de agosto de 2019

SIN CONTROL


   Sin poder ejercer su control sobre las nubes, así vive el campesino, siempre temiendo, siempre rogando, siempre esforzándose, pero a las tormentas no aleja, ni sobre la lluvia gobierna.

   No tenemos control sobre lo que nos rodea, e incluso a veces no tenemos un control sobre nosotros mismos, pero nos gustaría tenerlo, creemos que ese control nos ahorraría peligros, miedos, esfuerzos, dolor, y nos facilitaría conseguir nuestros placeres, nuestras satisfacciones, nuestras esperanzas y nuestros sueños. 

  Aunque no podemos ejercer el control, no paramos de intentarlo a través de la consecución de cosas concretas, y para ello recurrimos a muchos medios, unos son más eficaces que otros, unos son más morales que otros, unos causan menos daños y dolor que otros, pero todos esos medios que usamos producen unas consecuencias que resultan imprevisibles e incontrolables. Y junto con lo que hacemos cada uno de nosotros, está lo que hacen el resto de los individuos, y también está el comportamiento de la Naturaleza, el cual, aunque puede ser previsible, es incontrolable. 

   Pese a todo esto, seguimos tercos en nuestra actitud, y seguimos luchando y esforzándonos, haciendo cosas continuamente, todo ello con el propósito de conseguir cosas que nos permitan controlar nuestra vida, conseguir lo deseado y evitar lo temido, y claro, de tanto hacer corremos peligros, pagamos facturas y agotamos nuestras energías.

   Por todo esto, deberíamos aceptar que el control no es posible, deberíamos entender como con nuestra actitud aumentamos la fuerza y la complejidad de lo incontrolable. Observemos a un mar agitado, ese mar sólo se calma cuando el viento deja de soplar, no es posible calmarlo haciendo esfuerzos por controlarlo. Observemos que todo esfuerzo por controlar algo, aunque pueda darnos un control momentáneo, acaba produciendo más descontrol.

 En todo tipo de relaciones humanas, todo control de la conducta, o de las emociones, o de los pensamientos de los demás, es una cadena que ata, por un punta al controlado y por la otra al controlador, y atados a la mutua dependencia, el uno del otro se alimenta, el uno en el otro se sustenta. El rebelde no quiere dejarse atar, el que escapa vuela hacia donde le lleva su libertad. 

  Quien no busca el control, quien intenta adaptarse a las situaciones que se le presenta, es alguien que sólo busca las vías sencillas o la manera de adaptarse al curso natural de las cosas, a un curso que aunque no se puede controlar si que es previsible, a un curso que le posibilita conseguir lo que realmente necesita, a un curso que le ahorra esfuerzos, peligros y sufrimiento, a un curso en el que encuentra la sabiduría, la armonía y la liberación. 

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