A la inteligencia y a la sabiduría lo primero que se les presenta es una gran complejidad que se manifiesta en una confusa y variable mezcla de los siguientes aspectos:
Cosas que van demostrando que no funcionan. Cosas que se va viendo que están equivocadas. Cosas que van resultando insuficientes. Las diferentes y muy numerosas creencias. Cosas que se ignoran y que no se piensa que puedan existir. Cosas que se ignoran y que se espera conocer. Todo lo nuevo que se va descubriendo. Todo lo viejo que va siendo apartado que se niega a desaparecer.
La inteligencia analiza una por una estas cosas, saca conclusiones, rechaza a unas, pero otras en cambio, le parecen la mejor herramienta para todo, encaminada siempre hacia su objetivo de conocer la verdad, pero sólo esa verdad que le permita alcanzar aquello que desea.
La sabiduría sopesa todas estas cosas, y reduciendo conceptos y va escogiendo aquellas cosas que hacen la vida más sencilla y más serena.
Dejemos a un lado los análisis y sus complejidades, las creencias y sus errores y verdades, observemos, directamente, la consecuencias.
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* Todo lo que sucede es una consecuencia.
* Para poder observar directamente las consecuencias necesitamos liberarnos de nuestras creencias, sólo así el contacto es directo, y sólo así la comprensión puede ser sabia.
* Empezar por ver las causas nos lleva al laberinto de la complejidad de los análisis y de los conceptos, nos lleva a las creencias.
* Las consecuencias reflejan lo acertado o lo erróneo de las diferentes creencias. Las consecuencias dolorosas, destructoras, dañinas o esclavizadoras, nunca tienen como causa a la verdadera sabiduría.
* Conocidas las consecuencias, podemos empezar a buscar las causas sabias y erróneas de las mismas, pero sólo si nos liberamos de nuestras creencias, podremos llegar a conocer las verdaderas causas de toda consecuencia.
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