Si valoramos la seguridad y las posesiones, tenemos que construir vallas.
Si valoramos la libertad y la sabiduría, tenemos que aprender a saltarlas.
Ante nuestros ojos, las cosas tienen el valor que les damos. Con cada valor que le damos a cada cosa provocamos unas consecuencias.
A veces las consecuencias mejoran las situaciones, o son placenteras y satisfactorias, y entonces nos atribuimos todos los méritos.
Otras veces son consecuencias por las que pagamos un precio que consideramos caro, y muchas veces se lo hacemos pagar también a los demás. En éstos casos culpamos a los demás de no valorar lo que nosotros valoramos.
Tanto cuando las consecuencias son placenteras, como cuando son dolorosas, los demás hacen lo mismo que nosotros, y así nos enzarzamos en unas dinámicas de méritos, de justificaciones y de acusaciones, que nos impiden aceptar el precio que tienen las cosas, y no comprendemos que cuando aceptamos pagar nos liberamos y armonizamos.
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