La sabiduría que cada persona alcanza, sólo la alcanza en el silencio de su soledad, o cuando es receptiva a los silencios sabios de los demás.
Cuando las personas tienen opiniones diferentes, cada una tiene sus buenos argumenos para defender sus opiniones. En ésta situación, hablar hace que los egos se refuercen, que nadie sea receptivo a las palabras de los demás, y que la sabiduría esté ausente, por lo tanto, a quien valora más la sabiduría que imponer sus opiniones, sólo le queda el silencio.
Cuando las personas se muestran receptivas a las palabras de los demás, entonces, lo que cada una dice, acaba convertido en sabiduría en el silencio de la soledad de todas ellas.
Éstas palabras también son argumentos y opiniones, y por lo tanto, habrá quien no estará de acuerdo con ellas. Para encontrar la sabiduría ante ellas, cada persona tiene a su disposición el silencio de su soledad.
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Quien hace algo que directamente causa algún dolor a los demás, cuando los demás, para defenderse o para castigarle, le causen dolor a él, debería aceptar y callar, pues así el conflicto se apagaría y él encontraría sabiduría en el silencio de su soledad.
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Donde no hay sabiduría surgen los deseos y las creencias, y así surgen los argumentos, la búsqueda de culpables y de justificaciones, y todo ésto da lugar a los conflictos.
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