No es el rojo de la púrpura de los reyes ni de los cardenales.
No es el rojo de las banderas ni de las ideologías.
No es el rojo de la sangre derramada por ninguna causa.
No es el rojo de las señales de peligro y de las prohibiciones y limitaciones.
No es el rojo al que embisten los toros toreados.
No es el rojo de las pasiones emocionales.
No es el rojo de los vestidos deslumbrantes ni el rojo de los rubies.
Es el rojo luminoso y vital de la sencilla amapola silvestre. Es el rojo sin más connotaciones.
La amapola, libre de intenciones, a nadie le roba sus colores, y sólo se representa a sí misma con sus rojos naturales.
El Hombre, al no aceptar lo natural, se deja dominar por ilusas intenciones y a todas les pone sus artificiales banderas y colores.
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