-Entiendo que cada personas tiene su propio nivel de conciencia y sus propias circunstancias, y por ello entiendo que cada personas hace su propio camino espiritual y lo hace a su propio ritmo. Sin embargo, también entiendo que hay elementos coomunes a todos los caminos espirituales. ¿Qué pueder decirnos, Maestro? -Dijo un discípulo.
-Estoy de acuerdo contigo. A mi modo de ver los elementos comunes son varios. Para mí, el primero es la soledad profunda y elevada, pero también entiendo que es muy conveniente y enriquecedor compartir con la personas afines los frutos de nuestra soledad. -Dijo el Maestro, el cual hizo una pausa para encontrar las palabras más sencillas y claras y continuó:
-A mi modo de ver el segundo aspecto común es la serenidad, el equilibrio y la alegría, pues la serenidad nos permite profundizar, el equilibrio hace que no cojamos atajos falsos, y en cuanto a la alegría nos da energía para seguir caminando sin frustrarnos ante las dificultades, ante las faltas de los resultados esperados y ante los momentos dolorosos.
-¿Cómo se pueden obtener estas tres cosas?
-Preguntó el mismo discípulo.
-Quien ha hallado la armonía, esa armonía se las proporciona. Sin embargo, nosotros seguimos caminando hacia ella, y el camino recorrido no siempre nos basta, así que a veces necesitamos placeres sencillos, afectos sencillos, es decir, placeres y afectos que ni sean complejos, ni nos creen dependencia, ni nos produzcan emociones agitadas. Placeres que podamos compartir gustosamente con las personas con las que mantenemos relaciones afectivas. -Contestó el Maestro.
-¿Algo más, Maestro? -Preguntó el mismo discípulo.
-Dejar que la vida y el tiempo nos muestren el camino y digan su palabra. -Respondió el Maestro y guardó silencio.
El discípulo pensó que la explicación era sencilla, y que para llegar al fondo de la comprensión no se necesitaban complejidades de ningún tipo, sino seguir explorando, seguir caminando.
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