Por un lado está aquello a lo que damos el máximo valor, es decir, aquello que se convierte en el principal objetivo de nuestra vida. Para la mayoría de la gente, lo más valioso es la felicidad, o el bienestar, o lo satisfactorio y placentero. La única diferencia entre esta mayoría de personas es que cada cual tiene una creencia diferente sobre qué es lo que le permite conseguir aquello que más valora.
Junto a lo anterior e íntimamente relacionado con ello están los medios, las herramientas que usamos para conseguir lo que más valoramos. Aquí también hay diferentes creencias y por ello, cada cual usa unos medios y unas herramientas diferentes.
De esta manera el valor que le damos a las cosas depende de los aspectos anteriores.
Cuando algo nos permite conseguir aquello que valoramos, lo consideramos cierto y bueno y sentirmos amor y apego por ello, y si eso es algo que hemos creado o desarrollado nosotros mismos, entonces nos sentimos orgullosos de nosotros mismos, es decir, más inteligentes, más capaces que aquellos que consideramos que no lo han conseguido.
Cuando vemos que los demás tienen más que nosotros de aquello que más valoramos, entonces se producen en nosotros algunas de las siguientes reacciones:
*Averiguar como lo han han conseguido e intentar imitarles.
*Considerar que no somos capaces de conseguir lo que los demás.
*Considerar que los han conseguido, no por sus propios méritos, sino por suerte, con malas artes, o con la ayuda de los demás.
*Una mezcla confusa y variable des envidia, de admiración y de odio.
Esta visión de las cosas hace que las valoremos solamente por su eficacia a la hora de concedernos o de facilitarnos aquello que más valoramos, lo cual significa que tenemos una visión distorsionada, perturbada, de la realidad de las cosas. Con este tiopo de visión, conseguir lo deseado no sólo implicará que tendremos que pagar un precio doloroso por ello, sino que también implicará o mayor grado de destrucción y de daño a los demás, o un mayor o menor grado de artificio.
Todo esto nos aleja de nuestra conciencia y de la armonía con el fluir natural de las cosas, y de esta manera, la felicidad, el bienestar, el placer y las satisfacciones conseguidas tiene un plazo de caducidad, de tal manera que acabado el plazo no nos resultan suficientes, y entonces vuelven las frustracciones, las insatisfacciones, los sufrimientos.
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