-Existen muchas maneras de conseguir las alegrías, y tienen diferente duración y diferente intensidad, y además está el precio que pagamos por ellas y que hacemos pagar a los demás. ¿Puedes decirnos algo más de ellas, Maestro? -Preguntó una discípula.
-Está todo aquello que se vence con ellas. De esta manera, unas alegrías son más poderosas que otras. Por otra parte está lo que nos queda después de sentirlas. ¿Qué es lo que te queda? ¿Cuánto tiempo tardas en necesitar una nueva alegría? -Contestó el Maestro.
La discípula reflexionó unos segundos y entendió que esa reflexión requería más tiempo y más soledad, y se centró en las tristezas diciendo:
-Existen muchas cosas que nos producen tristeza, y hay tristezas más intensas que otras, y la hay que duran más o menos tiempo. Sé que se pueden combatir con éxito recurriendo a las alegrías, y también sé que a veces no hay manera de hallar ninguna alegría. ¿Puedes decirnos algo más de las tristezas, Maestro?
-Las tristezas siempre sirven como escuela. Sin embargo, hay quien usa lo aprendido sólo para conseguir la alegría deseada, y hay quien usa lo aprendido para ser más libre y más sabio. ¿Ves las diferencias? -Contestó el Maestro.
-Deduzco que hay que aceptar las tristezas, aunque no sé como hacerlo. -Dijo la misma discípula.
-Acepta las alegrías que te regala la vida y aquellas que libres crecen en tu soledad. -Contestó el Maestro y guardó silencio.
La discípula pensó que el Maestro no la había ofrecido ningún remedio, sino sólo un consejo. Y pensó que tal vez no existían los remedios ajenos, sino solamente aquello que comprendemos, y la tristeza era algo que siempre invitaba a la comprensión. También pensó en el amor de los demás como remedio para acabar con la tristeza, pero vio que aunque ese amor podía dar alegrías que aliviaban mucho la tristeza, sin embargo reducía su capacidad para aceptar la tristeza, así como su libertad y su capacidad para aumentar su sabiduría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario