A la flor y a la mariposa, la generosidad natural de la otra les resulta suficiente, y así reina la armonía entre ellas.
La moralidad considera a la generosidad como una gran virtud, y al egoísmo como un gran defecto. De ésta manera, elogia y premia los comportamientos generosos, y condena y castiga los comportamientos egoístas. Así, la generosidad es estimulada y el egoísmo es reprimido mediante los artificios de los premios y de los castigos.
En su forma natural, la generosidad y el egoísmo son una cuestión de necesidades y de satisfacciones. La persona generosa es aquella que halla más satisfacciones dando y ayudando, que poseyendo o haciendo lo deseado. La persona egoísta es aquella que halla más satisfacciones poseyendo y haciendo lo deseado, que dando y ayudando.
La generosidad y el egoísmo son igualmente necesarios para la vida del individuo, pues a veces necesita poseer o ser ayudado, y para ello necesita que alguien le de o le ayude.
Cuando al individuo no le resulta suficiente con la generosidad de los demás, aumenta su egoísmo. Cuando el egoísmo produce daños, surgen las moralidad y las leyes con la intención de evitarlos.
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