Tanto el mundo de lo natural como el mundo de lo artificial forman un orden. Aunque cada uno de éstos órdenes tenga causas, características y consecuencias diferentes, ambos tienen en común una cosa:
En ellos, todo está relacionado con todo, todo influye sobre todo, todo depende de todo.
Es muy frecuente que al querer conseguir algo o al querer evitar algo, produzcamos algún cambio en cualquiera de los dos órdenes. En cualquier caso, el cambio que produzcamos desequilibrará, en mayor o en menor medida, el orden establecido, y eso traerá consigo más cambios, los cuales casi siempre serán imprevisibles e incontrolables.
Cuanto más grande sea el cambio que produzcamos, más cambios de todo tipo se producirán, y sus efectos impresivibles e incontrolables de todo tipo, serán más intensos y también mayores en número.
Cuando los cambios no alcanzan cierta intensidad, el orden establecido con el tiempo vuelve a recuperar el viejo equilibrio. Cuando los cambios alcanzan cierta intensidad el viejo orden no puede ser restablecido y entonces se crea un nuevo orden. Pero tanto volver al viejo orden como establecer un orden nuevo, siempre nos afecta de muchas maneras diferentes, y siempre en proporción a la intensidad del cambio producido.
Cuando se trata del orden natural, si a la hora de actuar armonizamos con él, el orden sigue su curso sin verse afectado y nosotros seguimos con nuestro equilibrio natural.
Cuando se trata de un orden artificial, armonizar con él significa que nuestros actos están dentro de sus normas. En éstos casos el orden artificial no se afectado e incluso se ve reforzado, pero nosotros no estamos siendo armónicos con nuestra verdadera naturaleza, y eso provoca en nosotros, en mayor o en menor medida, perturbaciones, trastornos, desequilibrios internos.
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