Para convencer a los demás de que nos sigan lo más eficaz no son los argumentos que demuestren qué es lo verdadero y qué es lo mejor, sino que lo más eficaz se basa en otros dos aspectos:
*Decirles lo que quieren oír.
*Crearles la esperanza de que se les puede dar o facilitar aquello que se les promete.
Quienes tienen poco éxito a la hora de convencer, o fracasan, en vez de reconocer su incapacidad, acusan a los que tienen más éxito de astucia malvada, de juego sucio, y acusan a quien ho han podido convencer de no saber lo que les conviene, de estupidez o de locura.
Quien se basta con lo que tiene, con lo que es, y con lo que comprende, no intenta demostrar nada, no intenta convencer a nadie, y así se mantiene libre y sabio.
Cuando nuestra única intención es convencer a los demás de que lo que creemos es lo cierto, si los demás no se dejan llevar por credulidades, por ilusiones o por esperanzas, nunca encontraremos ni pruebas ni argumentos eficaces para convencerles. En éstas situaciones, los demás sólo se dejan convencer de algo cuando ellos quieren, o cuando creen que su experiencia se lo demuestra. A mi modo de ver, ésta actitud de los demás, y que nosotros la aceptemos, es lo que nos permite a todos aumentar nuestra libertad y nuestra sabiduría.
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