Romero, planta, toda ella sencilla y aromática que florece en invierno y todo el año crece sin necesidad de jardinero, y nunca presume de sus méritos, ni ante la Tierra, ni ante el Cielo, ni ante el viajero que se inclina y la acaricia buscando su natural fragancia, y aspira y suspira satisfecho.
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En la vida se nos presentan varias opciones. Una de ellas es la de buscar la sabiduría.
Buscando la sabiduría adquirimos conocimientos y alcanzamos comprensiones por nosotros mismos. Por otro lado, también conocemos los conocimientos y las comprensiones que han alcanzado otros. Entre todo lo que conocemos y lo que comprendemos, unos conocimientos y comprensiones los consideramos sabios y otros no. Unas veces estamos en lo cierto y otras no.
Una vez hemos considerado algo como sabio, necesitamos la energía suficiente para poder vivir conforme a ello. Si vivimos en armonía con la realidad, entonces la sabiduría es plena. Si no, seguimos buscando.
Este es un proceso sencillo de comprender, pero presenta dificultades para llevarlo a buen término. La dificultades llevan a muchos a perderse por caminos complejos. La complejidad produce no solamente conceptos difíciles de entender, sino que suele producir fuertes sensaciones de profundidad y de elevación, que a su vez llevan a despreciar a la sencillez. Aunque a la sencillez no le importa, pues ella ha aprendido de la sabiduría del romero.
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