A veces nos sentimos satisfechos o plenos, pero éstas situaciones siempre se acaban, y cuando lo hacen nos sentimos necesitados de algo. Pero a la hora de conseguir lo que creemos que necesitamos, siempre nos encontramos solos:
Solos frente al Universo, frente a la Naturaleza. Sólos a la hora de enfrentarnos a los demás, y también a la hora de conseguir que nos admiren, que nos premien, que nos amen, que nos ayuden.
Las luchas, sumadas a los sentimientos de soledad, nos causan dolor, y ese dolor, en mayor o menor medida, nos desequilibra, nos perturba, y a veces incluso puede rompernos. Y buscamos con afán los placeres que podamos encontrar, y buscamos culpables y justificaciones, pero encontrar éstas cosas, aunque pueda aliviarnos, no nos da, ni lo que creemos necesitar, ni lo que necesitamos, como tampoco nos lo dan el escepticismo o la resignación.
Ahora bien, disponemos de la soledad para que nadie perturbe la alegría que sentimos debido a lo que tenemos y a lo que la vida nos va dando, así como para cultivar nuestro mundo interior, para sentirnos libres, para estar serenos, para aumentar la sabiduría la aceptación del flujo natural.
Por lo tanto, aunque necesitamos, también tenemos, y sólo depende de nosotros aceptar la alternancia entre la satisfacción y la necesidad, o si se prefiere, sólo de nosotros depende equilibrarlas, y así equilibrarnos a nosotros mismos.
A veces somos amados y ayudados, pero siempre pagamos un precio por ello, y siempre está el miedo a perderlo. La soledad nos regala sus caminos de sencillez, de serenidad, de libertad, de sabiduría, de armonía.
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