Nuestra sociedad valora más unas cosas que otras, pero para conseguir lo valorado hay que tener y desarrollar unas capacidades, hay que luchar, correr riesgos, esforzarse, sacrificarse. Ésto hace que unos sean más capaces que otros a la hora de conseguir lo valorado. Por otra parte, para estimular las capacidades de los individuos y el que las pongan al servicio de la sociedad, nuestra sociedad premia a los más capacitados, pero desprecia, margina e incluso castiga a los menos capacitados.
Así, cuando alguien se siente más capaz que otros, o cuando es más admirado, más premiado y más amado, su ego siente vanidad. Y además, nuestro ego tiende a mostrar más méritos de los que tiene, para evitar los desprecios, las discriminaciones y los castigos.
Pero nuestra sociedad no ve bien a los vanidosos. Por un lado, porque tendemos a pagar lo menos posible por los servicios que nos prestan, tanto los vanidosos como los que no lo son, y por ello tendemos a reducir sus méridos, pues si los reducimos pensamos que nuestra deuda con ellos es menor. Por otro lado, porque la vanidad de los demás hace nos sintamos menos capaces que ellos, incluso que nos sintamos poca cosa, y nuestro ego se resiste al menosprecio de los demás.
Por todo ésto, dejemos de ver a la vanidad como un defecto moral, (y también a la hipocresía), y veamos que se debe a que tenemos unos deseos de conseguir cosas, de ser admirados, premiados y amados, es decir, se debe a que tenemos un ego, y que éste ego es muy estimulado por la sociedad, la cual pone a los ego más brillantes o más capaces sobre un pedestal.
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