miércoles, 3 de octubre de 2018

AFANES Y RUIDOS


  Tras subir una ligera cuesta, Caminante llegó a la cima de un cerro. Se sentó a contemplar un amplio paisaje con una cordillera al fondo. Allí notó la serenidad que le producía el paisaje, los colores, las luces y los sonidos de la Naturaleza. 

   Y pensó en los afanes de la sociedad: Afanes de poder, de tener, de ser, esperanzas, sueños, ilusiones, afanes tan variados como opuestos, complementarios, rivales, luchadores, conflictivos, enemigos, sumisos y rebeldes, estúpidos y locos, y los afanes buscadores de soluciones o vendedores de esperanzas. 

   Y todos los afanes produciendo ruidos: Ruidos de máquinas, de motores, de ruedas, de voces electrónicas, y todo tipo de voces haciendo peticiones, exigencias, reclamaciones. Ruidos de imposición, de sumisión, de rebeldía, de justificación. Los ruidos de todas las emociones y de todas las creencias, de todas las esperanzas y frustraciones, decepciones, insatisfacciones. Ruidos para hacerse notar, para brillar, para destacar, para hacerse admirar, para hacerse amar. Y todos esos ruidos mezclados, difusos, confusos, ajetreo de hormiguero, zumbido de colmena.

   Y Caminante recordó que esa madrugada al despertarse antes de que saliera el sol, sólo en su cama, en la oscuridad y en el silencio de su habitación, había notado sus propios afanes y sus propios ruidos y se había sentido como una abeja consciente de la colmena entera y de su sitio en ella. Y ahora, en la cima del cerro era consciente de que formaba parte de todo lo que estaba observando y de todos los sonidos que estaba oyendo, intuyó el valor de todo ello, y por un momento se sintió liberado de los afanes y de los ruidos de la sociedad. 

   Tras estas sensaciones de liberación, Caminante en las quietudes y en los silencios: Quietudes para no echar leña al fuego de los desacuerdos y conflictos en las relaciones con los demás, quietudes para que su lago interior se calmase y poder ver así su fundo. 

  Silencios producidos por las satisfacciones que le producía aquello que le resultaba suficiente, aquello que comprendía, silencios producidos por los momentos de armonía y por los regalos de la vida, por la soledad serena. Esos silencios que le permitían escuchar a su conciencia y a los sonidos naturales del ritmo de la vida. Y Caminante siguió observando y escuchando, hasta que a su memoria volvieron los afanes y los ruidos de la vida en sociedad, pero notó que no le perturbaban tanto, que no tenía tanta fuerza como antes. Y Caminante se levantó y siguió caminando.

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