Lo placentero, cuando alcanza cierta intensidad, nos permite liberarnos momentáneamente de nuestros miedos y de nuestro dolor, y eso nos produce una sensación de plenitud y de inmortalidad.
Pero conseguir esa intensidad placentera nos produce dolor, y nos exige conseguir más placer, y así sucesivamente.
Ésta dinámica sólo se rompe cuando comprendemos y aceptamos el flujo natural de las cosas.
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