En nuestra infancia, nuestra visión del mundo está llena de fantasías, de ilusiones, de esperanzas en cosas irreales.
Poco a poco, nuestra capacidad de comprensión, el mundo que nos rodea, y sobre todo los demás, nos van mostrando muchos de los errores de nuestras visiones. En este proceso se producen en nosotros dos grandes consecuencia: Por un lado vamos conociendo cada vez más aspectos de la realidad y siempre aumenta nuestra capacidad de aceptación de la misma. Por otro lado vamos substituyendo unas creencias por otras.
Este proceso que empezó en la infancia, sigue en la juventud, y sigue durante toda nuestra vida tiene la siguiente gran característica: Mientras nuestras creencias e ilusiones nos ofrezcan esperanzas, nos ofrezcan la posibilidad de afrontar problemas y dificultades, y sobre todo, mientras nos ofrezcan la posibilidad de conseguir placeres y deseos, ni cambiaremos nuestras creencias ni nos liberaremos de nuestras ilusiones, pues las creencias y las ilusiones, así como cualquier otro fenómeno existente, sólo mueren cuando agotan todas sus posibilidades.
Ahora bien, la falta de esperanzas y de posibilidades de conseguir placeres y deseos a través de nuestras creencias e ilusiones, tiene dos grandes consecuencias, opuestas entre ellas:
*Puede llevarnos al escepticismo estéril, a la resignación, a la amargura, a la desesperación.
*Puede llevarnos a la sabiduría, a la liberación y a la armonía, siempre y cuando nos baste con lo que nos ofrece la realidad que conocemos.
Creencias e ilusiones por un lado, conocimiento y aceptación de la realidad por otro, están siempre en pugna, en tensión, en nuestra vida, pero esa tensión tiene una energía capaz de ir elevando poco a poco nuestro nivel de conciencia y eso nos permite aumentar nuestra sabiduría, nuestra liberación y nuestra armonía.
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