Preguntamos porque pensamos que con lo que creemos que sabemos no tenemos suficiente para alcanzar lo deseado. Es decir, el saber lo vemos sólo como una herramienta para conseguir, pues creemos que tenemos no nos resulta suficiente, y así nos atamos al deseo de conseguir lo que creemos que necesitamos para no sentir dolor y para sentir placer, pero sin libertad plena ni escapamos al dolor ni alcanzamos la sabiduría.
Cada vez que preguntamos NO tenemos en cuenta que las preguntas que hacemos son un fiel reflejo de nuestro nivel de conciencia y de la visión que tenemos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea.
Cada vez que hacemos una pregunta consideramos más valioso aquello que no sabemos que aquello que sabemos antes de hacer la pregunta. Esto se debe a que consideramos que lo suficiente siempre está más allá de nuestro horizonte visible, en otros lugares, en otras situaciones, en otros conocimientos, más allá, siempre más allá, y el más allá nunca llega y además despreciamos lo que ya sabemos y lo que ya tenemos.
Sencillez y serenidad para aumentar nuestra receptividad y para escapar a los laberintos sin salida de las preguntas. Cuando somos receptivos la sabiduría nos llega sin tener que hacer preguntas.
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