Un discípulo le dijo a su maestro:
-Todo el mundo dice que eres un gran sabio, y yo también creo que lo eres, pero tengo una pregunta que hacerte:
¿Eres feliz, Maestro?
-No, y tampoco busco la felicidad. Me liberé cuando dejé de buscarla. -Contestó el sabio.
-Si tu sabiduría no produce la felicidad, ¿de qué sirve? ¿de qué sirve la libertad? -Volvió a preguntar el discípulo.
-Para no convertirse en prisionero de la búsqueda de la felicidad, para no ser prisioneero de una inteligencia como la tuya. -Respondió el sabio.
-Por favor, explícate Maestro. -Pidió el discípulo.
-La felicidad, ni existe ni ha existido, ni existirá. Es sólo un concepto, un mito, una ilusión, la Gran Esperanza creada por quienes no aceptan el flujo natural de las cosas y quieren dominarlo. -Dijo el sabio, el cual guardó silencio para dar tiempo a sus discípulos para que meditaran sobre sus palabras. Como los discípulos permanecieron en silencio, el sabio continuó:
-Quienes defienden la felicidad nunca pueden conseguirla. Por un lado, porque para conseguir eso a lo que llaman felicidad, tienen que pagar unos precios muy altos. La mayoría no puede pagarlos, y quienes sí que pueden, el dolor que esos precios les ha producido y el que ellos han causado a los demás, les impide sentir esa felicidad que tanto han buscado. Esta es la paradoja de la felicidad. -Dijo el sabio.
-Pero existe gente contenta y satisfecha, y a mi me parece que son felices. -Replicó el discípulo.
-Habla con ellos, obsérvales detenidadmente, y si encuentras en ellos la sencillez y la serenidad juntas y bien hermanadas, no pierdas tu tiempo conmigo, hazte su discípulo, aprenderás de ellos más de lo que has aprendido de mi. -Se limitó a contestar el sabio con una sonrisa amable y comprensiva.
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