Lo cotidiano es lugar, tiempo y estado de ánimo. Alternancia entre lo habitual por un lado, y por el otro las pequeñas adversidades, las pequeñas novedades, los pequeños cambios y los sencillos regalos de la Vida.
Es lo más fácil, lo más sencillo, lo más sosegado y lo más barato en términos de energías. Es por donde pasean los sabios.
Base y apoyo de todo equilibrio emocional y psicológico, base y apoyo para la comprensión serena de lo más hondo y para el vuelo hacia la vida liberada en lo más alto.
Quieren derrotarlo y poner en su lugar sus deseos soñados: los insatisfechos, los frustrados, los rebeldes y aquellos que en lo intenso y en lo excitante ven lo más preciado.
Condena al aburrimiento a los que no tienen imaginación y a los que tienen muy cortas las alas de la conciencia.
Temen perderlo los rígidos, los miedosos y los blandos, más los flexibles fluyen ágiles y espontáneos.
Único refugio y único regreso para el desorientado, para el ilusionado, para el resignado, para el excitado, para el triunfador, para el derrotado, para el creyente y para el escéptico. Retorno a su cauce de lo extraordinario. Río y ribera del ritmo del Tao.
Junto a lo cotidiano está lo normal. Para la mayoría de la gente no hay diferencias entre ambos. Sin embargo, lo normal es el artificio de los valores y creencias impuestos por los poderosos, por los ambiciosos, mientras que la mayoría de la gente, o bien lo acepta gustosamente, o bien lo soporta con impotencia, con resignación.
Lo normal nos lo imponen los demás.
Lo cotidiano lo creamos, lo sustentamos y lo disfrutamos con nuestra libertad interior, una libertad que nos convierte en bichos raros frente a los defensores de la normalidad. Eso sí, bichos raros pero alados.
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