miércoles, 29 de marzo de 2017

UN MUNDO SIN CREENCIAS


   Durante los días siguientes, Olga reflexionó a fondo acerca de lo que había descubierto con su ida al mundo sin odios. En primer lugar llegó a la conclusión de que las creencias más morales, más bondadosas, más pacíficas, y las que no tenían germen de odio, era muy débiles a la hora de propagarse entre la gente. Pensó que la gran mayoría de la gente ponía sus energías en conseguir sus deseos y no en desarrollar ni la moralidad ni la espiritualidad, de tal manera, que en lo relativo a cambiar la situación del mundo resultaban impotentes.

   En segundo lugar, llegó a la conclusión de que cuando cualquier creencia se impone a las demás, acaba con las libertades de la gente e impide que se encuentren vías alternativas para evitar los problemas y para acabar con ellos. 

  Por último, entendió que como había tantas diferencias entre los niveles de conciencia de los individuos, era normal que existieran tantas creencias. Sabía que las diferentes creencias creaban conflictos entre los diferentes creyentes, pero, ¿sería posible un mundo sin creencias?. Tenía grandes dudas, pero le pidió a Merlín que la enviara a ese mundo, a lo cual éste accedió, aunque sin decirle que el mundo al que iba no era exactamente un mundo sin creencias. 

    Olga se encontró en un aula universitaria, donde un apacible profesor explicaba su lección de filosofía: 

   -Todos sabemos los muchos problemas que presentan las creencias, pero aunque en nuestro país llevamos ya varios años intentando vivir sin creencias, son muy pocos los que lo han conseguido. 

  -¿Por qué, profesor? -Preguntó un alumno sentado en la primera fila. 

  -Por varias razones. La primera se debe a que no somos capaces de hallar la verdad última de las cosas, y eso pese a los diferentes métodos y sabidurías utilizados para ello. ¿Estáis de acuerdo?

  Todos asintieron afirmativamente, y una alumna preguntó: 

 -¿Hay otras razones?

 -Sí. Las creencias nos ofrecen seguridad frente a las incertidumbres, nos crean esperanzas, las identificamos con nuestra identidad, y para muchos son lo que da sentido a sus vidas. 

  -Si no podemos librarnos de las creencias, ¿hay algo que podamos hacer? -Preguntó Olga. 

  -No aferrarnos a ellas, no hacer que nuestra vida dependa de ellas, intentar vivir de acuerdo con lo que nuestra serenidad y nuestra conciencia van descubriendo. -Contestó amablemente el profesor.

 -¿Y qué pasa con los que son capaces de vivir sin creencias? -Volvió a preguntar Olga. 

  -Que se guían solamente por su intuición y por la espontaneidad. Pero yo sólo hablo de oídas, no lo he experimentado, y los que lo experimentan me dicen que no saben explicarse con palabras. 
  -Concluyó el profesor. 

   Y en esos momentos, Olga se despertó. 
  


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