Para alcanzar la dicha permanente y la vida eterna, el Hombre intenta someterla justificándose con derechos que en su arrogancia se inventa, o con los que le otorgan los portavoces de las sobrenaturales fuerzas, y así la perturba y altera. Pero el Hombre se siente el centro y no sabe resolver las contradicciones que esa visión le crea.
A veces la admira, a veces la desprecia, a veces la teme y por ello la odia. A veces la goza, a veces agradece los bienes que recibe de Ella, y por ello la ama, pero aunque la ame, ni la acepta ni se ve como lo que es: una parte de Ella.
De las consecuencias de éstas visiones, el Hombre aún no tiene conciencia, y la gran mayoría de los seres humanos, atrapados en sus ilusiones de ser Seres Especiales, no entán interesados en tenerla.
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