Con frecuencia, el dolor nos resulta difícil de soportar, y eso nos lleva a dos grandes reacciones: A hacer cosas que no queremos para así poder evitarlo, o a buscar placeres.
Sin embargo, con frecuencia, la búsqueda de placeres y el apego a ellos, nos produce un grado de dolor y de esclavitud.
Éstas dos dinámicas reducen mucho nuestra capacidad para la comprensión, con lo cual nos crean la ignoracia de las creencias, y nos mantienen como creyentes de ellas.
Al dolor y al placer también les damos un carácter personal y social: Al dolor, a veces, lo consideramos un fracaso, y también una injusticia, una opresión. Al placer, a veces, lo consideramos como un éxito, y también como un derecho. Así, no sólo intervienen el amor y la moralidad, sino también las leyes.
Además, también les damos un carácter mágico, religioso, filosófico, espiritual, y así, en torno al dolor y al placer se centran creencias de todo tipo, así como caminos espirituales.
Y cada creencia, y cada camino espiritual, dando sus propias soluciones, y cada persona con sus propias visiones, con sus propias dificultades y resistencias interiores, con sus propias contradicciones, a la hora de poner en práctica las soluciones que le parecen mejores.
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