Tanto los creyentes como los escépticos, en su razón y en sus emociones y sentimientos, encuentran los suficientes argumentos como para defender sus posturas, tanto ante sí mismos como ante los demás.
A los creyentes, sus confianzas les dan fuertes sensaciones de seguridad y todas sus esperanzas, y muchas veces se entregan plenamente a sus creencias, lo cual les lleva a reprimir una buena parte de su naturaleza.
A los escépticos, sus desconfianzas les dan fuertes sensaciones de ser inteligentes y libres, pero con frecuencia esto les resulta insuficiente frente a su dolor, o les hace estériles.
Los sabios son aquellos que escapan por igual de los argumentos y de los convencimientos de los creyentes y de los escépticos, miran en su interior y en el exterior, observan lo que les muestra la conciencia y el Universo, e intuitivamente se guían por lo que encuentran.
Los creyentes dependen de quienes les prometen lo que creen que necesitan. Quienes se lo prometen dependen de los de creyentes.
¿Cuáles son las consecuencias de éstas dependencias mutuas?
Los escépticos dependen de los placeres y de las satisfacciones que encuentran, y por lo tanto dependen de las fuentes y de las personas que se los proporcionan, y esas fuentes y esas personas dependen de los escépticos.
¿Cuáles son las consecuencias de éstas dependencias mutuas?
Los sabios se nutren sólo de su propia sabiduría, y no necesitan justificar, ni ante sí mismos ni ante los demás, ningún aspecto de su vida.
Aunque los sabios nos resultan útiles a la hora de escapar de confunsiones y de creencias, nadie les necesita para ser libres o sabios, pues eso sólo se consigue con los propios medios y andando el propio camino.
Y en cuanto a las otras necesidades y deseos, los verdaderos sabios enseñan, pero ni esperan ni piden nada a cambio. Por lo tanto, en las relaciones entre los sabios y las demás personas no se crean dependencias.
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