Los valores dominantes de nuestra sociedad ejercen una fortísima presión sobre el individuo para que éste haga de su cuerpo algo ideal. El ideal dominante dice que el cuerpo tiene que parecer joven, fuerte, bello y sano, y que además, el cuerpo ha de ser el principal medio para conseguir los placeres, y el principal receptor de esos placeres, y esto se amplía incluso a la felicidad.
Estos ideales fuerzan al individuo a hacer una serie de esfuerzos y de sacrificios para conseguir mantener el cuerpo joven y fuerte, para que parezca bello y para que esté sano.
Por más que a veces lo que el individuo hace en pro de los ideales del cuerpo le pueda resultar placentero debido a la fe que tiene en que esos esfuerzos y sacrificios serán recompensados, al final siempre se impone la contradicción de que realizar esos esfuerzos y sacrificios produce dolor e impide conseguir otros placeres. Y cuando el individuo no se ve capaz de conseguir esos ideales, se siente culpable, es decir, se produce una fuerte lucha interior.
Los ideales sobre el cuerpo son unos deseos, y como todos los deseos, esclavizan al individuo, tanto al deseo en sí mismo, como a todo lo que tiene que hacer para conseguirlo. Por otra parte, no todo el mundo tiene unos genes o una belleza natural que le permitan conseguir cuerpos ideales. Estos individuos se sienten frustrados cuando ven cuerpos "perfectos", y son despreciados o incluso discriminados por una buena parte de la sociedad.
Conseguir cuerpos ideales hace que el individuo se centre en ellos, en especial en la apariencia, y eso implica un consumo de energías y una utilización del tiempo, con lo cual el individuo dejará de prestar atención a otros aspectos fundamentales de su vida, reducirá su capacidad para la reflexión y prestará menos atención a su mundo interior.
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