viernes, 24 de febrero de 2017

NUESTRA VISIÓN DE LOS DEMÁS


   Cuando observamos el comportamiento de los demás o cuando reflexionamos sobre ese comportamiento, lo primero que tenemos que tener en cuenta es que lo hacemos con una mente dualista y moralista, y en general bastante rígida y simplista, y así les catalogamos en dos grupos: 

        Buenos                     Malos

        Generosos                Egoístas

        Inteligentes              Estúpidos

 Amados, admirados      Odiados, despreciados

   O bien en otros grupos dualistas.

  A veces nuestra mente es más reflexiva y nos dice que no todo es blanco o negro, que diversos grises y otros colores, y también nos dice que una misma persona hace cosas que entran en cualquiera de estos grupos. 

  Nuestra mente dualista y moralista también nos lleva a anhelar y a intentar que lo bueno venza a lo malo, lo generoso a lo egoísta, la inteligencia a la estupidez, y el amor al odio. Como esto sólo ocurre a veces, y como nuestra mente dualista y moralista ve que en la sociedad tienen mucha fuerza los malos, los egoístas, los estúpidos y los odiosos, nos frustramos, nos decepcionamos, nos deprimimos, nos volvemos pesimistas o, usando una palabra de modo, nos volvemos "negativos".

   Hay quienes luchan por conseguir una sociedad justa, hay quienes intentan que la conducta humana se rija por el amor y por los valores morales, y a todos también nos gustaría que las cosas fueran así. Estos luchadores intentan convencer a los demás con todo tipo de fundadas razones, o bien mediante el propio comportamiento bondadoso o moralista. 

   Ningún luchador convence a quienes no estaban previamente convencidos. Ante esto, unos se frustran y pierden las esperanzas, y otros recurren al uso de diversos tipos de fuerzas para imponer sus criterios. Pero toda lucha que use algún tipo de fuerza tiene un alto precio para el luchador, y además, el resultado de esas luchas nunca cambia los niveles de conciencia de nadie, de tal manera que el único resultado son las condiciones que el vencedor impone al vencido, pero eso implica falta de libertad para ambos, e implica problemas y nuevas luchas. 

  También hay quienes piensan que hay que convencer a los demás para que sigan una vía de sabiduría y de espiritualidad, y también lo hacen a base de fundadas razones o de su propio comportamiento. Estas personas tampoco convencen a nadie que no esté previamente convencido, o a nadie cuyo nivel de conciencia
no sea el de buscar la espiritualidad y la sabiduría, pero cuando se frustran no recurren al uso de ningún tipo de fuerza. 

  A mi modo de ver, el comportamiento humano no se basa ni en la moralidad, ni en el amor, ni en la sabiduría, sino que se basa en los niveles de conciencia con los que cada individuo nace y que luego evolucionan en él. Y sobre todo, pienso que nadie tiene la capacidad para cambiar el nivel de conciencia de los demás por muy racional, por muy amoroso, por muy moral y por muy sabio que se crea.

   Niveles de conciencia existen muchísimos, y más vale que aprendamos a soportarlos, que nos defendamos cuando somos agredidos y nos alejemos de las personas que nos causan tensiones y problemas, y que en vez de dedicar nuestra energía a cambiar a los demás, o a lamentar su comportamiento, nos dediquemos a nuestro propio nivel de conciencia, pues nuestro único poder es sobre nuestra propia conciencia. Haciendo que ese nivel evolucione nuestra vida será más libre, más plena y más armónica, y ese será el granito de arena con el que contribuiremos a la evolución de la sociedad. 

   

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