La moralidad, la compasión y el amor, culpan de los males al egoísmo, a la maldad, a la crueldad, es decir, a sus contrarios, y por ello intentan que la conducta humana se base en la bondad y en la generosidad.
Pero el individuo ve muchas veces que la bondad y la generosidad no le bastan para conseguir sus necesidades y sus deseos, y surge en él el egoísmo, y surge en él la creencia de que por medios inmorales o desarmónicos con su verdadera naturaleza, se consiguen mejor las cosas que más valora. Esto nos ata a los deseos y además hace que nos alejemos de nuestra verdadera naturaleza y de la armonía con el flujo natural.
Los deseos y las creencias atan por igual,
tanto cuando son egoístas,
como cuando son bondadosas y generosas.
Sólo lo natural libera y armoniza,
y entonces fluye el amor incondicional.
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