La conciencia es libre y natural pues solo depende de sí misma.
El ego crea artificios y cree que puede reinar sobre ellos, pero depende de ellos y a ellos se ata.
Nuestra conciencia es algo con lo que nacemos.
Es la mayor o menor capacidad para conocer el Universo, el mundo que nos rodea y a nuestro espíritu.
Nuestra conciencia determina nuestras creencias, o nuestra liberación de ellas, así como nuestra moralidad, tanto la natural, como nuestras reacciones ante las moralidades creadas por la civilización.
Nuestra conciencia fluctúa a lo largo del día, del tiempo, y puede replegarse y desplegarse, y siempre está en evolución y, poco o mucho, siempre se eleva y se hace más honda.
Ella es la que tiene la capacidad para la máxima comprensión, y por lo tanto no hay nada que pueda comprenderla a ella.
Nuestro ego es el capitán de un barco, el cual tiene como misión que el barco no se hunda, que no vaya a la deriva, y que navegue el mayor tiempo posible. Ese barco es nuestro cuerpo y tiene como tripulación a nuestros sentidos, a nuestro cerebro, a nuestras emociones, a nuestra inteligencia y a nuestra mente.
El ego es el que siente el dolor y el que busca el placer, es el que tiene los deseos y a través de la inteligencia y de las energías emocionales busca la manera de conseguirlos.
El ego es un gran farsante que le hace creer a nuestra mente que él es nuestro verdadero ser, y que sólo gracias a él se mantendrán vivos nuestro cuerpo y nuestra mente.
La conciencia y el ego están en pugna, y a medida que nuestra conciencia evoluciona, no sólo evoluciona nuestra capacidad de comprensión y por lo tanto de liberación y de armonía, sino que cada vez es más capaz de ocuparse de más aspectos de nuestra vida, o si se prefiere, cada vez es más capaz de cumplir más funciones de capitán de barco que antes cumplía el ego.
El ego se resiste a perder importancia, y aquí asistimos a la tensión entre ambos, una tensión que seguirá en nosotros mientras no alcancemos la liberación y la armonía.
El ego se manifiesta siempre en nuestra mente, de tal manera que suele conseguir que la mayoría de las veces nuestra mente se identifique con él. Por su parte, la conciencia se manifiesta también en nuestra mente, pero no sólo en ella, sino en nuestra intuición, en nuestra naturalidad, en nuestras convicciones más íntimas y profundas, y en mil maneras sutiles que nos hablan en nuestro interior.
De todas maneras, de lo que solemos ser más conscientes es de las manifestaciones a través de nuestra mente. Además, la mente, al servicio de nuestro ego, suele imponerse más tiempo en nuestra vida que nuestra conciencia. Así, cuando tenemos un deseo concreto, nuestra mente pone toda su atención en conseguir ese deseo. Cuando tenemos un problema, un dolor, un placer, unas emociones fuertes, una preocupación, nuestra mente pone toda su atención en ellos. Y cuando nuestra mente pone toda su atención deja poco espacio para nuestra conciencia.
Cuando no hay deseos, dolor, placer, emociones fuertes, la mente no tiene nada en lo que ocuparse y entonces busca distracciones o vagabundea, y en ese vagabundeo se producen descubrimientos sabios, aflora lo almacenado en nuestro inconsciente, y nuestra conciencia encuentra más espacio para manifestarse.
De todas maneras, sea cual sea el poder de nuestro ego y de nuestra mente, nuestra conciencia siempre está pugnando por dirigir el barco de nuestra vida, y siempre encuentra la manera de manifestarse.
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