lunes, 1 de mayo de 2017
EL MERCADO DE LOS SUEÑOS
Una semana después Adriana volvió a ver a Merlín y le dijo:
-¿Seguro que no puedes mandarme a ningún mundo diferente?
-Lo he pensado mucho y creo que hay un mundo al que podría mandarte. -Contestó Merlín.
Adriana aceptó y se encontró en un gran mercado, en el cual un variado grupo de vendedores vendía todo tipo de sueños, desde los más grandes a los más pequeños, desde los más elevados a los más superficiales:
Se vendía ambición, poder, dinero, amor, todas las creencias, todos los ideales, todas las esperanzas, salud, bienestar, vida eterna, magia, espiritualidad, y el más demandado de todos, LA FELICIDAD.
Eran paradas multicolores y con una enorme variedad de decoraciones. Cada vendedor tenía un aspecto diferente y usaba un lenguaje y unas técnicas diferentes, pero todos parecían conocer muy bien los deseos y los puntos débiles de sus clientes, y unos más y otros menos, todos vendían sus productos, y por la cara de satisfacción que ponían los vendedores, Adriana entendió que obtenían buenos beneficios.
Adriana empezó a interesarse por los diferentes sueños, siempre con la esperanza de encontrar uno que la salvara de su insatisfacción y de su confusión, y cuando hablaba con los vendedores pronto empezaba a sentir fuertes deseos de comprarles su sueño, pero en el último momento su escepticismo y su desconfianza se lo impedían.
Después de unas horas, Adriana se encontró con una tienda que no esperaba encontrar: Era una pequeña y humilde tienda de productos alimenticios, ropas, calzado y utensilios para el hogar. La mujer que se encargaba de la tienda tenía aspecto sereno y sin asomo de resignación ni de tristeza, y trataba con alegría y amabilidad espontánea a los clientes, los cuales respondían de la misma manera.
A Adriana aquello le dio mucho qué pensar, pero le costaba mucho entender el significado. Salió de la tienda y se sentó en un banco, y después de un buen rato se dijo a sí misma con una sonrisa de satisfacción: "Creo que ahora empiezo a comprender", y en esos momentos se despertó.
-¿Qué han aprendido? -Le preguntó Merlín.
-Que todos tenemos algo que nos sobra, algo que hacemos bien, algo que es útil a los demás. Cuando lo ofrecemos gustosos hallamos verdaderas satisfacciones, esas satisfacciones que hacen que no necesitemos quejarnos por todo y de todos, y que dejemos de buscar tantos sueños, esos sueños que siempre son aprovechados por hábiles vendedores que nos venden humo a cambio a de nuestra libertad y de olvidarnos de nuestra verdadera esencia. -Contestó Adriana, y Merlín sonrió satisfecho.
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