domingo, 13 de octubre de 2019

EL TIEMPO


    A su debido tiempo, la rama da flores, la flor da su fruto, el fruto deja su fértil semilla.

  A su debido tiempo, todo alcanza plenitud, su esplendor y la armonía liberadora. 

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  -Hoy me gustaría que habláramos del tiempo. Se han dicho tantas cosas sobre él por parte de tanta gente que no me aclaro. -Dijo una alumna.

  -La verdad es que yo tampoco me aclaro del todo. Pero voy a intentar aclararme más y aclararos a vosotros. Veamos, sin movimiento no hay tiempo, y todo movimiento, todo lo que sucede, requiere un tiempo. El que la Tierra de una vuelta en torno al sol y sobre su eje requiere un tiempo, que una semilla se convierta en planta y que esa planta de flores y frutos requiere un tiempo, que un óvulo y un espermatozoide se conviertan en un niño y que el niño llegue a viejo, requiere un tiempo. Este tiempo es el que podríamos llamar tiempo natural, o flujo natural, o ritmo de la vida o del Tao. ¿Estáis de acuerdo? -Preguntó el viejo profesor.

 -Sí, pero el Hombre a través de la ciencia y de la tecnología, o a través de su voluntad, puede hacer que ese ritmo sea más rápido o incluso más lento. Podemos viajar más rápido y podemos acelerar el crecimiento de las plantas y de los animales, aunque sea un artificio. -Objetó otro alumno. 

  -Sí es un artificio, y aquí entra un factor que la ciencia no tiene en cuenta. El deseo. ¿Estáis de acuerdo? -Dijo el viejo profesor.

  -Sí, pero a mi me interesa también otra cosa: Todos sabemos que en nuestras vidas ordinarias el tiempo pasa siempre a la misma velocidad, pero ¿Por qué unas veces nos parece que pasa muy rápido y otras que pasa muy lento? -Dijo el mismo alumno. 

  -De nuevo entra en juego el factor deseo, y se produce la siguiente ley: Cuanto mayor es el deseo de que ocurra algo, más lento nos parece que pasa el tiempo. Cuanto menor es el deseo, más rápido nos parece que pasa el tiempo. Por eso, para los jóvenes el tiempo es más lento y para los viejos el tiempo es más rápido. Esta ley tiene una segunda parte que parece contradecir a la primera: Cuanto mayor es el dolor, al rechazarlo, más lento nos parece que pasa el tiempo, cuanto mayor es el placer, al desearlo tanto, más rápido nos parece que pasa el tiempo. -Contestó el viejo profesor. 

  -¿Se puede parar el tiempo? -Preguntó otra alumna. 

  -NO, pues el movimiento no para nunca. Lo que se puede hacer son otras dos cosas: La primera es conseguir la sensación de que el tiempo no pasa, esto lo conseguís vosotros cada que os reunís en grupos de amigos y os lo pasáis bien, hasta que os dáis cuenta de lo rápido que pasa el tiempo, y esto mismo le ocurre al que está bajo los efectos de un placer intenso. También lo consiguen a veces quienes meditan. La segunda cosa es que quien armoniza con el flujo natural, es como si viajara a la misma velocidad que ese flujo, y entonces es como si no hubiera velocidad, como si no hubiera tiempo. -Contestó el viejo profesor. 

 -¿El tiempo es inexorable, implacable? -Preguntó otro alumno.

 -El tiempo es hijo del movimiento, la vida es también movimiento, y todo ser vivo tiene un ciclo natural, un ciclo que se cumple al cabo de cierto tiempo, un ciclo en el que existen hechos, a los que debido a sus deseos, el Hombre teme, en especial la muerte. Se puede alargar ese ciclo, pero siempre llega el momento en el que ocurre lo temido. Pero no es inexorable ni implacable, es natural, y lo natural ante lo natural, es aceptarlo, pues mientras no se acepte seguirá el miedo y el sufrimiento y no habrá liberación, y seguiremos debatiendo sobre el tiempo. -Concluyó el viejo profesor. 

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