Cuando hay sabiduría existe una alianza entre nuestros pensamientos y nuestras emociones, como la alianza que existe entre la flor y el sol.
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Nuestros deseos, nuestras creencias y nuestra inteligencia, necesitan la alianza de nuestras emociones para hallar la energía necesaria para llevar a cabo sus propósitos.
Cuando no encontramos la alianza de nuestras emociones, tendemos a buscar diferentes maneras de someterlas a nuestra voluntad. Sin embargo, las emociones son impulsos naturales, mecanismos automáticos, que no se pueden controlar a voluntad, ni pactar con ellas, y que cuando se intentan dominar o forzar, nos producen desequilibrios o perturbaciones, incluso cuando dominándolas o forzándolas conseguimos nuestros propósitos.
Las visiones y actitudes sabias no sólo no intentan forzar el curso natural de lo que nos rodea, sino que se adaptan a nuestras emociones, como el color de cada flor se adapta al Sol. Ésta adaptación nos produce serenidad, y con la serenidad aumenta nuestra comprensión y nuestra aceptación de lo comprendido.
No es que la razón y las emociones sean rivales irreconciliables, es que las emociones no son aliadas de los pensamientos cuando éstos no son acordes con la dinámica natural de las emociones. Por otra parte, los pensamientos no son sabios cuando no son acordes con las emociones.
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