sábado, 3 de febrero de 2018

LAS EMOCIONES PLACENTERAS


    Existen muchas emociones que nos causan placer, y además, la mayoría de ellas cuentan con la bendición moral de la sociedad, sólo son condenadas aquellas emociones placenteras que producen un daño directo o visible a los demás. A quienes sienten placer causando daño directo y visible a los demás, se les acusa de ser  inmorales o de sufrir trastornos mentales. 

   Cuando nuestras emociones placenteras no causan daño a nadie, y también cuando sirven de ayuda de a los demás, entonces la sociedad y nuestra conciencia moral las considera como buenas. Aquí se unen el placer y lo bueno, y ante esto nadie pone ningún reparo ni hace ninguna crítica. 

   Pero el placer puede hacernos dependientes de esas emociones, lo cual significa que nos esclavizamos a todo aquello que tenemos que hacer para conseguirlas, con lo cual perdemos nuestra libertad y entramos en un atajo falso en nuestro camino espiritual, y es falso no sólo por las dependencias, sino porque no valoramos la libertad como la principal fuente de satisfacción.

  Por otra parte, depender del placer de las emociones placenteras nos resta resistencia y capacidad de aceptación de las situaciones dolorosas, situaciones que, con mayor o menor intensidad, casi siempre están presentes en nuestra vida.

   El placer de las emociones placenteras no debería hacernos olvidar que el camino espiritual no tiene como horizonte principal alcanzar el bienestar, sino que nuestro principal horizonte es el crecimiento interior que nos permita liberarnos de todo aquello que nos produce sufrimiento, y ese horizonte sólo se alcanza cuando se comprende que mientras no nos liberemos, dolor y placer se alternarán continuamente en nuestra vida. El bienestar estable, continuo, sólo viene después de liberarnos de aquello que nos produce sufrimiento, y se trata de eso que en La India llaman Nirvana, y que los taoístas llaman armonía con el Tao. Es de vital importancia que entendamos esta diferencia pues de lo contrario, llegará un momento en el que nuestro camino espiritual quedará bloqueado. 

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