sábado, 16 de septiembre de 2017
HACER Y NO HACER
Hacer, siempre hacer. Por la necesidad de ganarnos la vida, para conseguir deseos y placeres, para evitar lo que tememos, para solucionar problemas, para mejorar las cosas, para ayudar y para complacer a los demás y para que nos amen, hacer planes para lo que tenemos que hacer, para nuestro futuro.
Hacer, siempre hacer. Hacer cosas interesantes y también porque nos aburrimos. Y la mayoría de la gente, a tanto hacer le llama vivir, con lo cual, a las cadenas de tanto hacer se suma la cadena de que creer que vivir consiste en estar siempre haciendo cosas.
Durante el día hay momentos en los que no hacemos nada, momentos en los que descansamos de tanto hacer, o momentos en los que no tenemos nada que hacer, pero muchas veces esos momentos se ven perturbados por recuerdos y emociones que impiden que estemos serenos. Además, tenemos una mente inquieta como un mono saltarín que siempre quiere estar ocupada en algo.
Todo esto nos quita casi todo el tiempo y la mayor parte de las energías para la reflexión profunda, para la receptividad y para parar el tiempo durante nuestras vivencias.
"¿Tienes la paciencia de aguardar
a que tu fango se decante y el agua sea clara?
¿Puedes permanecer inmóvil
hasta que la acción justa aflore por sí misma?
Lao Tse. Tao Te King, capítulo 15.
Mientras hacemos cosas toda nuestra atención se centra en hacerlas bien, (o en distracciones sobre cómo hacer o conseguir otras cosas), y en conseguir el resultado que esperamos. Por lo tanto, ni podemos reflexionar serenamente sobre por qué las hacemos ni sobre sus consecuencias, ni podemos estar receptivos al mundo que nos rodea, ni tampoco podemos parar el tiempo, pues todo lo hacemos pensando en el futuro.
La reflexión profunda requiere serenidad y soledad.
La receptividad requiere serenidad y ausencia de perspectivas, de esperanzas y de juicios.
Parar el tiempo durante nuestras vivencias es vivir esas vivencias directamente, sin ninguna clase de interferencias parte de nuestra mente o de los demás. Eso sólo se puede conseguir cuando no pensamos en nada que tenga que ver con el pasado ni con el futuro, sino que toda nuestra atención y toda nuestra conciencia están centradas exclusivamente en el momento presente.
La reflexión profunda nos permite ser conscientes de todos los aspectos de nuestra vida y de todo lo que nos rodea, y nos permite cambiar el rumbo para adecuarlo a lo más hondo de nuestra conciencia y al fluir natural de la vida.
La receptividad nos permite aprender y comprender, tanto de nosotros mismos como del mundo que nos rodea, aprendizaje y comprensión que son fundamentales para saber a qué horizonte de plenitud, de armonía y de liberación hemos de dirigir nuestros pasos, nuestro vivir cotidiano.
Parar el tiempo durante nuestras vivencia, ¿Cómo se consigue eso?, ¿Para qué sirve eso?
Sobran las preguntas y sobran las respuestas, sólo cuenta lo vivido durante esas experiencias.
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