lunes, 29 de enero de 2018

EL ODIO


   El odio es también una emoción natural vital para nuestra supervivencia. Sin odio no dispondríamos de energía para combatir a aquellos que son un peligro para nuestra integridad física, y para la integridad física de nuestros seres queridos, sin odio no tendríamos energías en las situaciones en las que nuestras necesidades básicas sólo las podemos conseguir luchando contra las injusticias y contra las tiranías.

    Sin embargo, nuestros sentimientos naturales de odio son manipulados por los poderosos y por los líderes políticos cuando quieren usarnos para combatir a sus rivales o a sus enemigos, y sólo entonces, el odio es visto como una necesidad y como una virtud, aunque la hipocresía social actual nunca lo reconoce abiertamente. 

   Pero donde hoy día puede verse más el odio es en lo relacionado con los deseos, en especial con los deseos de aquellas cosas que no necesitamos para cubrir nuestras necesidades básicas. Odiamos a quienes son un obstáculo para conseguir lo que deseamos, son son un peligro para conservar lo que tenemos, es decir, estamos usando las mismas energías que usamos en el caso de conseguir lo que necesitamos realmente, pues no vemos la diferencia ni el artificio de esto, sólo vemos nuestro interés y la moralidad, y ésta última la adaptamos a nuestro interés.

   El odio tiene muy mala prensa, se asocia al Diablo, a lo negativo, a las emociones destructivas. Y sin embargo, nuestra sociedad estimula indirectamente al odio al tener como valor supremo la consecución de los deseos, lo cual hace que odiemos a aquellos que son un obstáculo o un impedimento para conseguir lo que consideramos que es lo más importante de todo. 

   Sentir odio es algo que no se puede evitar, es incontrolable y variable. Pero como el odio es condenado moralmente por esta sociedad contradictoria, el individuo se encuentra con que cuando lo siente no puede expresarlo públicamente, y no sólo eso, sino que suele creer que el odio es malo e intenta reprimirlo en su interior, y si no lo consigue nacen los sentimientos de culpabilidad. Es esta manera el fuego y el humo del odio no pueden salir, y quedan dentro del individuo como algo tóxico en forma de rencor y de frustración e impotencia. 

   Es creencia general eso de: ¡Qué bello es el amor! ¡Qué feo es el odio! Pero no entendemos que cuando amamos a algo odiamos a lo que consideramos su contrario y esto no podemos evitarlo debido a nuestra visión dualista de las cosas. 

    En suma, no es una cuestión de elogios o de condenas, es una cuestión de situar a cada emoción en el lugar que naturalmente le corresponde y dejarla que se manifieste cuando el natural fluir de las cosas lo requiera. Pero en este caso, como en otros muchos, la sociedad opone lo moral a lo natural. 

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