jueves, 21 de noviembre de 2019
EL CUENTO DEL MERCADO DE LAS CONTRADICCIONES
Todos queremos estar siempre verdes y lozanos, y por eso no queremos aceptar que las hojas secan como parte del flujo natural de las cosas. Nuestras hojas secan son muchas, pero todas ellas forman parte de ese proceso natural de las cosas que nos negamos a aceptar, y así entramos en contradicción con la realidad.
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-Todos tenemos contradicciones, mi abuelo dice que "todos somos humanos", ¿Por qué las tenemos? ¿Hay alguna manera de superarlas? -Preguntó una de las alumnas.
-Las contradicciones no son parte de la naturaleza humana como cree tanta gente, son parte de un insuficiente desarrollo de la conciencia. Tener contradicciones es lo normal, pero no es natural, pues lo natural no tiene contradicciones ya que si las tuviera sería un artificio. Pero creo que comprenderéis mejor el artificio de nuestra sociedad con el siguiente cuento. -Dijo el viejo profesor.
"El viajero y la anciana viajaron juntos al país vecino, país en el que estaba el Mercado de las Contradicciones. Cuando entraron en el mercado lo hicieron con la intención de permanecer en silencio y observando, y pronto se fijaron en un puesto en el que el vendedor y un cliente discutían intensamente, sin que ninguno diera su brazo a torcer:
-Es que usted quiere conseguir sus deseos, pero no está dispuesto a aceptar la frustración, y yo así no puedo negociar con usted.
-Decía el vendedor.
-Pero usted tiene que ofrecerme alguna garantía de que no me sentiré frustrado. -Insistía el cliente.
-Mire usted, no es que yo no quiera darle esa garantía, es que esa garantía no existe. -Decía el vendedor con la poca paciencia que todavía le quedaba. Pero el cliente no se convenció y se fue sin comprar ningún deseo.
En el siguiente puesto se vendía poder a cambio de aceptar la derrota, y aquí las negociaciones iban por buen camino, pues el comprador era tan ambicioso que estaba dispuesto a correr el riesgo de la derrota, además, era tan arrogante, que estaba completamente seguro de que nunca sería derrotado, y de esta manera acabó comprando el poder a cambio de un documento en el que se comprometía a aceptar la derrota y a entregar sus bienes si la derrota se producía.
En el siguiente puesto se vendían emociones a cambio de aceptar la agitación, y era un negocio muy próspero, pues a casi nadie le importaba aceptar la agitación, ya que no concebían las emociones sin agitación, y por otro lado, como las emociones eran más codiciadas que la razón, siempre había muchos clientes. Pero en esos momentos había una mujer que discutía con la vendedora pues quería emociones fuertes pero que no la agitaran, sino que la produjeran una gran serenidad, y la vendedora no encontraba la manera de convencerla de que, por el mismo hecho de que eran emociones, tenían que ser agitadas, tanto las placenteras como las dolorosas, que si quería paz interior no podía sentir a la vez fuertes emociones. No se entendieron, y la clienta se fue enfadada.
En otro puesto se vendía aumentar la razón a cambio de aceptar los propios errores y pagar un precio justo y proporcionado por ellos, y aunque había pocos clientes, estos eran más razonables, y estaban de acuerdo en aceptar sus errores.
También vieron un puesto en el que se vendían aumentos de la serenidad a cambio de aceptar que la sociedad era un artificio del que no era posible escapar, a no ser que se abandonara totalmente todo contacto con ella. Pese a que los clientes eran gente bastante serena, ninguno de ellos acababa de aceptar del todo este hecho, y cuando el vendedor conseguía alguna venta, era a base de grandes esfuerzos.
Y vieron un puesto en el que vendían deseos moralistas a cambio de aceptar la existencia de los conflictos. Aquí si que la vendedora tenía que hacer grandes esfuerzos frente a los clientes, pues estos no paraban de decir cosas como la siguiente:
"-¡Qué bonito sería que todos fuéramos comprensivos amorosos! ¡Qué bonito es cuando todos nos llevamos bien! ¡Qué bello y qué elevado es cuando la gente se ama y se ayuda!"
Y la vendedora tenía que poner todo el conocimiento de su oficio para convencerles de que donde los deseos son fuertes, por más que se trate de deseos moralistas, siempre surgen los conflictos. Y esta vendedora aún conseguía menos ventas que su colega anterior.
Después de esto la anciana le dijo al viajero:
-Mira, allí venden liberad a cambio de aceptar la soledad. Creo que sería muy interesante ver como lo hace la vendedora:
-Mire usted -le decía una clienta a la vendedora- yo estoy dispuesta a aceptar la soledad a cambio de la libertad, yo ya entiendo sus ventajas e incluso las he disfrutado muchas veces, pero mire usted, es que no puedo liberarme de mis deseos de que me quieran, y nadie me quiere si vivo en soledad.
-Hagamos una cosa: Yo le fío un poco de libertad, usted la prueba, y cuando note profundamente sus ventajas verá que puede aumentar su soledad y su serenidad, entonces viene y me paga con la sabiduría que haya encontrado.
-De acuerdo. -Dijo la clienta, y se marchó contenta, disfrutando ya de su mayor libertad y del hecho de que al ver la confianza de la vendedora, se sintió querida y más serena.
-Veamos ahora el siguiente puesto, en él se vende armonía a cambio de aceptar la adversidad. -Dijo la anciana.
En ese puesto las ventas eran muy difíciles, pues la mayoría de los clientes lo que quería no era tanto la armonía como liberarse del dolor que les producían las adversidades, y por lo tanto no estaban dispuestos a pagar un precio en adversidades para hallar la armonía. Ante esta situación, la anciana le dijo al caminante:
-Las contradicciones son vistas solamente por la mente dualista y moralista, pero para la conciencia son tensiones que producen una energía, la cual tiene el potencial de elevar a la conciencia y así poder escapar de las contradicciones a través de la libertad y de la armonía, eso es todo lo que he aprendido hasta ahora."
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