sábado, 8 de junio de 2019

VIVIR



   Nacemos de la Gran Madre, cada uno con nuestro particular nivel de conciencia. Nacemos hortelanos, con nuestros propios potenciales y nuestras capacidades. Quien queda deslumbrado por lo que cree que hay más allá de su huerto queda ciego a su naturaleza interna, y vive dando palos de ciego, alternando la pena y la alegría, el éxito y el fracaso, la víctima y el verdugo, el oprimido y el tirano, y nunca está satisfecho. 

   Cultivemos nuestro propio huerto para alimentarnos, para desarrollar nuestros potenciales naturales, para compartir lo cultivado. Si cultivamos para conseguir admiraciones, para ser premiados, para ser amados, por lo que recibamos pagaremos un alto precio en libertad, en insatisfacción y en frustración. Cultivemos, pero SÓLO porque somos hortelanos. 



     Nacemos de la Gran Madre, y nacemos caminantes. Nuestra conciencia busca sus propios horizontes, y quien no la sigue se pierde por atajos, prisionero siempre en un laberinto de confusión y de insatisfacción, y siempre cerca de algún precipicio. 

    Caminemos por los paisajes y los climas que nos presente la vida, caminemos, pero SÓLO porque somos caminantes, y aceptemos por igual las flores, las piedras y los cardos. Las flores son regalos, las piedras son maestras, los cardos son cautelas. 

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  Nacemos de la Gran Madre y nacemos montañeros, y cuesta a cuesta subiremos hasta que alcancemos nuestra propia cumbre. Si no la reconocemos continuaremos subiendo, cada vez más agotados, cada vez más viejos y frustrados. Si la reconocemos y nos paramos a comparar la totalidad del paisaje, dejaremos de añorar la subida y comprenderemos. Si aceptamos la bajada, iremos bajando (siendo cada vez más sabios, más libres y más armónicos) a fundirnos en el Valle con la la Gran Madre. 

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  Somos seres en evolución, y esto hace que no hayamos desarrollado todos los potenciales de nuestra conciencia. Nuestro rechazo de lo natural y de nuestra naturaleza de hortelanos, de caminantes y de montañeros, se debe al insuficiente desarrollo de nuestra conciencia, y esto es lo que da lugar a nuestros miedos, a nuestros deseos, a todos los espejismos que nos deslumbran, y a todas nuestras esperanzas. Cuando unimos nuestras esperanzas a las capacidades de nuestra mente y a nuestras emociones lo que obtenemos es un ser muy complejo, y cuanto más complejo mayor es el laberinto en el que queda prisionero, y dentro de ese laberinto este ser vive más separado de sí mismo y del Universo, más confundido y atado a más cadenas. 

  Frente a la complejidad que nos confunde, que nos agita, que nos encadena, que nos trae conflictos y problemas, la sencillez de la vida tranquila, la vida que nos serena, que no crea conflictos, que no nos produce problemas, que desata nudos, que abre ventanas y puertas, la vida que nos permite profundizar y le quita plomo a nuestras alas internas, la vida que nos libera de las esperanzas y de las creencias y que nos permite ser conscientes de cada instante. Y con esa vida tenemos suficiente. 

   

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