Tenemos un espíritu inmortal e inmutable, el cual es la esencia divina, la energía que lo mueve todo, el animador y el director de la Vida.
Tenemos un cuerpo, el cual está formado por la misma materia-energía que el Universo y regido por las mismas leyes que rigen al Universo y a la Vida.
Tenemos unas necesidades y unos deseos, tenemos unos sentidos que captan información, un cerebro que la procesa, tenemos emociones, tenemos una mente que piensa, que imagina, que tiene creencias, tenemos un inconsciente que se manifiesta misteriosamente en nuestras emociones, en nuestra mente y en nuestros actos.
Tenemos un ego que tiene como misión mantener vivo y sano a nuestro cuerpo y tener éxito en aquello que desea, pero también es un seductor farsante que casi siempre nos convence de que somos seres únicos, superiores y separados del Universos, y de que él es nuestra verdadera identidad, nuestro verdadero ser.
Tenemos una conciencia, la cual tiene mayor o menor capacidad para ser conscientes de lo que tenemos y de como todas esas partes se relacionan entre sí, y que a veces es consciente de que esas partes son un todo. Una conciencia que es consciente de su propia existencia. Una conciencia que intuye al espíritu y a lo Divino y que busca intuitivamente su fusión con lo Divino.
Nuestro ego cree que tenemos la capacidad para tomar decisiones, cree que tenemos voluntad propia, pero lo que realmente tenemos es un nivel de desarrollo de la capacidad de nuestra conciencia, nivel que es el que determina nuestros pensamientos, nuestras visiones del mundo, nuestros actos, nuestras actitudes, y no hay nada en nosotros que tenga la capacidad de determinar ese nivel a voluntad o con esfuerzos y estrategias. Ese nivel sólo se eleva al ritmo del Tao y de las circunstancias que se presentan en nuestras vidas, pero sobre estos dos aspectos no tenemos ningún control y ninguna estrategia o esfuerzo sirven de nada. Tenemos el instante y la conciencia, pero con ambos tenemos suficiente.
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