La vida espiritual es conocimiento interior, transformación interior, mundo interior, libertad interior. Estas interioridades requieren soledad.
La persona espiritual no suele tener suficiente con su espiritualidad y se encuentra con que necesita sentirse amada, lo cual le lleva a buscar compañía: La de una pareja, la de unos amigos, la de unas personas afines a él con las que compartir su visión del mundo. Si bien la compañía de estas personas a veces es motivo de intensas o profundas satisfacciones, otras veces le produce agitación o dolor emocional debido a que las relaciones con los demás pueden ser tensas o conflictivas.
La persona espiritual tiene un ego y es compasiva. Su ego le lleva a sentirse frustrada cuando ve la poca espiritualidad que existe en nuestra sociedad. La compasión le produce tristeza y dolor cuando ve el sufrimiento y los conflictos que las creencias no espirituales producen en nuestra sociedad.
La conciencia de las personas está en evolución, y esa evolución no puede forzarse con razonamientos de ningún tipo, tampoco puede forzarse predicando la espiritualidad, ni tampoco con ejemplos del propio comportamiento o actitud. La persona espiritual sólo tiene el poder de elevar su propia conciencia, y para ello, entre las cosas que necesita está el aprender a aceptar su soledad transformándola en serena libertad, y el aprender a aceptar que las cosas son como son, que todo sigue su curso, y que ese curso no puede ser alterado.
La persona espiritual no puede dejar de serlo, pero en este hecho encuentra unas satisfacciones que le dan la energía suficiente para seguir con el rumbo de su vida. En la vida espiritual no hay atajos fáciles, ni medios o recetas mejores o más eficaces, sólo existe el horizonte y el camino, y tantas formas de andarlo como personas. Desatemos interiormente los lazos que nos atan a los valores y creencias no espirituales de nuestra sociedad, disfrutemos del camino, de las flores y regalos que la vida nos va ofreciendo, lo que venga después ya se verá.
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