domingo, 23 de julio de 2017

COMPLEJIDADES Y SENCILLEZ


   Odiamos todo aquello que presenta cualquier tipo de obstáculo en la consecución de nuestros deseos. También odiamos todo aquello que nos produce dolor o que nos pone en peligro.




   Amamos todo aquello que presenta cualquier tipo de facilidades en la consecución de nuestros deseos. También amamos todo aquello que nos produce placer o que nos da seguridad.

      Esto es lo natural, y por lo tanto, lo sencillo.


       Pero el Hombre ha convertido lo natural en algo extraordinariamente complejo. Ha condenado  al odio y ha glorificado al amor, y ha desarrollado unos complicadísimos conceptos  del Bien y del Mal presentándolos como entes  están en guerra entre ellos y que usan al Hombre como su campo de batalla. Otra variedad de esta creencia es que el Bien y el Mal forman parte de la naturaleza humana. Dentro de esta creencia está una minoría que cree que el Hombre es bueno, y la mayoría que cree que es malo. Y toda esta variedad de creyentes, como las moscas, quedan prisioneros de esta tela de araña. 

   A estas complejidades hay que sumarles las discusiones morales sobre qué deseos son buenos y qué deseos son malos, así como qué medios son lícitos y cuáles son ilícitos a la hora de conseguirlos, y a estas complejidades se unen los sentimientos de culpa, las condenas de los demás, las justificaciones propias, las responsabilidades del individuo y de la sociedad y unas leyes muy numerosas y complejas que se prestan fácilmente a interpretaciones subjetivas e interesadas. 

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   Cuando sentimos dolor buscamos placeres para combatirlo y esto es lo natural. Sin embargo, nos complicamos extraordinariamente la vida a la hora de escoger el tipo de placeres que queremos entre una enorme variedad de cosas que consideramos placenteras.

    La complejidad aumenta enormemente a la hora de recurrir a los medios para alcanzar lo placentero. La culminación de estas complejidades es la frecuente aparición de la siguiente contradicción: muchas veces los tipos de placeres que escogemos y las formas de conseguirlos nos crean un dolor, a veces incluso más dolor que aquel del que pretendemos librarnos.

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   Nuestras energías, malestares o el aburrimiento nos impulsan continuamente a hacer algo, y eso no produce pensamientos complejos y recurrimos a medios complejos para desarrollar nuestras actividades.

    Los variados estímulos del mundo urbano nos agitan. Escuchar a los demás, relacionarnos con ellos, y ver las noticias de lo que pasa en el mundo, hace que quedemos inmersos en el zumbar agitado de una complicada colmena, con sus ruidos desarmónicos, creencias, condenas, defensas, justificaciones, pasiones....

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  Aislados del mundo exterior en nuestra soledad buscada, frecuentemente los recuerdos reabren viejas heridas, o nos producen emociones agitadas, o vemos como por nuestra mente pasan todo tipo de ideas y de pensamientos complejos que nos agitan. 

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  Todo esto hace que vivamos en un laberinto del que difícilmente encontramos la puerta de salida, pues la agitación y el ruido producido por las complejidades y la miopía de nuestra visión dualista sobre lo bueno y lo malo, nos impiden alcanzar la serenidad necesaria para la comprensión profunda. 

    Mejor que encontrar la puerta de salida es ignorar la puerta de entrada, y esa ignorancia sólo podemos hallarla si aprendemos a bastarnos con
las cosas sencillas y con los regalos de la vida, y con la fidelidad a esa voz clara y serena que a veces sentimos entre esa enorme variedad de agitados ruidos desarmónicos que es la colmena social en la que vivimos.


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