Nuestras relaciones personales con los demás son siempre cosa de dos: El otro y nosotros. Las únicas relaciones personales que funcionan sin conflictos y sin situaciones dolorosas, y por lo tanto satisfactorias y gozosas para ambas partes, son aquellas en las que a cada una de las partes
le basta con lo que el otro es y con lo que le da sin tener que esforzarse.
Pero para que a una persona le baste con lo que que el otro es y le da sin tener que esforzarse, tiene que ser una persona emocionalmente autónoma, es decir, que no desee que le amen de una manera determinada, que no desee que el otro le de determinadas cosas, que no desee que el otro sea como no es.
La persona que no es emocionalmente autónoma dirá que sus deseos son necesidades, y que esas necesidades son derechos sagrados.
Cuando no hay autonomía emocional las relaciones personales de cualquier tipo se basan en dos aspectos: la dependencia y el control, y estos dos aspectos son los que producen los conflictos y las situaciones dolorosas.
Se nos ama y amamos en proporción al placer y a las satisfacciones que damos y que recibimos, pero también se nos ama y amamos por la libertad que permitimos y por la que nos permiten.
Cuando nuestra relación basa en la dependencia y en el control, cuando no recibimos lo que esperamos, lo que consideramos nuestras necesidades y derechos sagrados primero exigimos, y si lo conseguimos nos consideramos unos fracasados, unas víctimas, o bien hacemos una larga lista de reproches y de acusaciones al otro, todo lo cual a veces acaba con la ruptura de la relación.
Cuando no dependemos del otro y cuando no intentamos controlarlo, disponemos de un tiempo y de una energía que podemos dedicar a cultivar nuestro interior y a compartir con los demás lo que realmente somos y los frutos que han nacido en nuestro interior.
Cuando nuestras relaciones amorosas o amistosas son problemáticas, dolorosas o conflictivas, la causa no está en la parte de verdad o de mentira que tienen las acusaciones y los reproches que nos hacen y que hacemos, sino en el hecho de que valoramos menos la libertad que el sentirnos amados y en compañía.
Sólo se ama realmente desde la libertad, sólo se ama realmente cuando nuestro único deseo es poder compartir con los demás los frutos de nuestra libertad.
Nuestros frutos y los de los demás siempre tienen espinas, como las de estos higos chumbos, pero hemos de aceptar al otro como es, si lo hacemos y aceptamos los pinchazos como algo natural, nos espera la satisfacción y el gozo interior.
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