sábado, 21 de septiembre de 2013
SOBRE LA LIMPIA TELA
Sobre la limpia tela
nunca pintes una bandera.
En astiles, fachadas y balcones,
vientos de guerra ondean
en esas afirmaciones
de sagrados derechos,
que a la razón y al corazón ciegan.
Sobre la limpia tela
nunca pintes una bandera.
Las naciones,
a los hombre separan y enfrentan,
les roban sus limpios horizontes,
y en amenazantes puños convierten
las manos que al compartir están abiertas.
Sobre la limpia tela
nunca pintes una bandera.
El amor a la patria dado,
en odio se trueca
en todos los lados
de las fronteras,
para la defensa, todos preparados.
Sobre la limpia tela
nunca pintes una bandera.
La pasión que los colores crean
y la sangre que chorrean,
a los pacíficos y a los libres,
la compasión les mata
o se la niega.
Sobre la limpia tela
nunca pintes una bandera.
Que en ella no se escuden
los que sus insaciables apetencias
nunca descubren,
y los que con ella visten
sus miserables creencias.
Sobre la limpia tela
nunca pintes una bandera.
Deja que sobre ella se muestre
la luz de tu conciencia,
la pureza siempre es transparente.
Gracias a mi amigo Toni Poza por el estribillo, el cual es propio de su grandeza interior y de su gran talento, todo lo cual no necesita banderas,
sólo su cristalina presencia,
su guitarra y su voz,
dando ritmo y sentimiento a sus poéticas letras.
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Sobre la Madre Tierra
no construyas tus creencias,
creyéndolas sueños,
el dormido
mata y muere por ellas,
y la victoria nunca llega,
sólo quedan:
las víctimas y sus héroes,
los económicos intereses,
y los supervivientes
heridos
y con cadenas.
Sobre la inocencia
no cargues
ambiciones ni grandezas,
cimas ni competencias,
lo que eres comparte
y a la armonía deja
los amores
y las libertades.
sábado, 7 de septiembre de 2013
CIVILIZACION
Cuerpo y mente
al servicio de cada ambición,
que en nombre de lo necesario,
condena a lo instintivo
en aras de la superior razón,
esa, que al calcular lo más conveniente,
olvida o desprecia,
la esencia que nos sostiene.
La que al sentimiento y a la emoción,
los somete a los intereses
del dinero y del poder,
disfrazados con los símbolos sagrados
del bien moral, de la nación y de la religión,
ofreciendo al creyente y al combatiente,
ser un héroe, un bendecido de su dios,
y libertad, grandeza, paz, amor, salvación....
Con elaborados argumentos
sobre los bienes del progreso,
la cultura y la ciencia
se convierten,
sin quererlo,
en creadores de humos y de nubes,
que lo intuido asfixian u ocultan,
negando lo espontáneo
y lo más hondo que nos bulle,
y así, sin lo necesario nos dejan,
y con artificios tantos
a los que llaman humana grandeza,
al Hombre,
de sí mismo divorcian y alejan,
y aunque lo mejor prometen,
nunca curan los males que crean.
Logros civilizados:
longevidad, seguridad, comodidad,
placeres del poder y de la riqueza,
grandes posibilidades,
ideales, fes y razones de justicia,
de igualdad y de libertad,
conocimientos, artísticas bellezas,
lo bueno contra lo malos,
humanistas deseos y pensamientos
que nos impiden humanizarnos.
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Con la excepción de lo que la sociedad da por bueno, cada emoción, cada sentimiento, cada instinto, cada intuición, cada destello de la conciencia del individuo, se ve canalizado, reprimido, manipulado, prohibido, censurado, acusado, condenado...
Se considera que los valores morales, las creencias, las fes, las diferentes normas de conductas o costumbres sociales, los pensamientos y todas las expresiones artísticas y culturales son superiores, o más convenientes, a eso que nos surge espontáneamente de lo más hondo de nuestro ser o de las necesidades de nuestro cuerpo, y por lo tanto, se nos presiona para que sometamos eso a la norma y a la costumbre social.
Por mi parte, considero que aunque estamos necesitados de cumplir normas sociales para poder ganarnos la vida y para vivir pacíficamente con nuestros semejantes, la única norma social que hemos de aceptar internamente es el respeto hacia los demás. Por respeto no les hacemos a los demás aquello a lo que nos sentimos impulsados, pero aunque reprimamos el acto, nunca hemos de reprimir ni la emoción ni el pensamiento.
La aceptación interior por parte del individuo de los valores sociales, culturales, políticos, religiosos, o las costumbres y normas establecidas, es el divorcio del individuo de sí mismo, puesto que toda norma y todo valor social es un artificio que no está en armonía con el sentir profundo del individuo.
La desarmonía es la causa de todo el malestar interno del individuo, y de todo el sufrimiento que los unos nos causamos a los otros. Por eso, aunque no siempre podamos hacer aquello que nos sale de dentro inocente y espontáneamente, no aceptemos más que aquello que surge de nuestra conciencia, de nuestra intuición y de las necesidades de nuestro cuerpo y respetemos a los además, al igual que queremos que los demás nos respeten a nosotros.
La verdadera humanidad del individuo no está en las creaciones de su mente ni en los valores morales más elevados, ni tampoco en ningún aspecto de eso que se ha dado en llamar cultura, está en su conciencia brotando libre de los condicionamientos mentales, morales, religiosos y culturales, está en sus intuiciones, en sus impulsos espontáneos, está en las necesidades de su cuerpo.
Las creencias, las creaciones de la mente, las culturas, las normas sociales, son el resultado de la ambición de poder, de los deseos de alcanzar y de tener, y del miedo ante los poderosos y ante la naturaleza.
martes, 3 de septiembre de 2013
DEJEMOS FLUIR
Lo duro y lo blando
se van alternando,
sin que sepamos por qué,
sin poder evitarlo.
Tristes, afortunados,
temerosos, osados,
resignados, anhelantes,
triunfos, fracasos....
Todo eso,
y tropiezos y consuelos,
son sólo sensaciones,
palabras de diccionario.
Sólo somos, sólo tenemos,
aquello por lo que nos guiamos,
lo que nos hace alegres,
y aquello en lo que confiamos.
Con ello,
receptivos y sencillos vivamos,
y dejamos al fluir de cada instante,
que nos vaya completando.
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